martes, 11 de octubre de 2011

cambios

7. The truth behind a dream


Era Domingo y aún no habían llegado los padres de Zooey. Al parecer, se tenían que quedar una semana más para realizar una serie de encuestas y hablar sobre elementos tecnológicos nuevos tan curiosos que necesitaban días extras para ser mencionados en el curso. Zooey había empezado a vomitar. Todos los días al menos una vez. Niña tonta. La quería pero, niña tonta. Lo primero es no fiarse de nadie y  menos de Jorge. Lo segundo, pastillas anti-baby barra anti-destrozavidas. Aunque se formara una nueva vida en el interior de su útero, por fuera de él, había una chica de dieciséis años que se estaba estropeando y muriendo. Era difícil ocultarle esto a mi tía pero lo conseguimos. Lo curioso es que Zooey no lloraba. Yo en su situación ni hablaría. Solo reía. Lo único que hacia es soltar carcajadas cada cierto tiempo. Igual me estaba haciendo creer que todo iba bien, igual era cierto que todo iba bien. No le importaba vomitar. Tampoco cansarse ni marearse. Lo único que le recomía la mente eran sus padres y cómo se lo iba a contar. De cualquier modo, ese domingo Santo, estaba sola. Sentada en mi cuarto decidí adelantar los deveres que Zooey ya había terminado mientras yo hacía mis labores en casa el día anterior. Esuché un ruido de fondo. De forma instintiva contube la respiración y noté cómo la adrenalina me subía al corazón. Al cesar, seguí con la tarea. Comenzó a llover. Ábrí la ventana y vi como un trueno caía justo delante de nuestros edificios. Me asusté. Llamé a mi tía a ver por dónde estaba. Al parecer, se había entretenido un poco en  las tiendas del supermercado pero que ya venía de vuelta. Llamé a Zooey. También estaba llegando. Había salido al dentista y a verse con Jorge y contarle la noticia. Me imagino la cara de Jorge, las lágrimas de ambos y, el final de toda esta historia del envarazo aunque prefería no especular. Estaba nerviosa. Quería volver a llamar a mi tía y quedarme al teléfono hasta que alguna de las dos entrara por la puerta. Pero estaba inmóvil. Quería encender la tele pero sabía que era peor. En cambio, encendí hasta la última luz de la casa. Se me olvidó la del baño. Salí a encenderla y, de paso, a pintarme un poco. De este modo me calmaría y me olvidaría de todo. Aunque tan solo eran dos pasos en total, el camino me pareció largo. Muy largo. Tan largo que la vida se podía acabar en medio de aquel espacio. Mi mano se alzó en el aire. Encendí la luz. Suspiré. Cogí el lápiz de ojo y comencé a bordear mis párpados. No paraba de mirarme el ojo en el espejo. Tan de cerca que no me veía ni el reflejo de mi boca. Sentí una sombra pasar rápidamente detrás mío. Me volteé. Nada. Me miré en el espejo. Mi reflejo era normal. No había nada extraño. Mis verdes ojos seguían en su lugar. Rodeé la habitación con mi mirada.  Nada. Continué pintandome el siguiente ojo. Segundos después sentí como algo me tapaba la luz y, al voltearme los ví.
- Selena,cariño te hechamos de menos. ¿No le has dicho a tu tía que has suspendido filosofía? eso esta mal. Esta misma tarde se lo dices.
-Lenita, ¿Katy la ingibuenorra te ha preguntado por mí?
- No hables así de las profesoras.
Estaba confundida. Ya casi no lloraba ni les añoraba y ahora aparecen misteriosamente. Empezaron a hablar cada vez más rápido. Esos no eran sus rostros. Tenían un toque oscuro. Estaban levitando. Sus risas eran apagadas y tenebrosas.
- No morimos de un disparo.
-No me creo que te lo hayas creido
-¿Nunca has visto las series policiacas?
- Cuando matan a alguien queda oficialmente dicha la causa de la muerte.
- ¿No te intriga saber quién lo hizo?
- Sabemos que sí.
-Escuchanos...- Soltó una voz de ultratumba de fondo.
Salté involuntariamente. Me había quedado dormida sobre mi cuaderno de filosofía. Todo había sido un sueño. Aún así, llevaba razón. No sabía de modo específico que lo que mató a mi familia fue un disparo a cada uno. No sabía quien había sido o, más bien quienes porque, viendo los cadáberes, ¿cómo se puede disparar a tres personas desde un mismo punto y apuntando al mismo punto? Los tres agujeros se encontraban en la nuca. Ahora sí que me estaba empezando a preocupar.  Papá, mamá, Dani, ¿qué pasó aquella noche? Me repetí una y otra vez. Lo que tenía claro es que no iba a quedarme de brazos cruzados mientras alguien o algunos, se iban de rositas tras haberme quitado a mi familia. Mientras volvía a poner los pies en la tierra, me pregunté si yo podía indagar y hacer preguntas a la gente por mi cuenta. Lo único que tenía claro es que tenía que dar pasos hacía atrás. La herida de mi corazón que estaba consiguiendo cerrar, iba a volver a abrirse, ¿sería por un afilado cuchillo, una verdad rajante o una venganza siempre cortante? No lo sabía.

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