viernes, 9 de septiembre de 2011

Cambios


3. Smile again

Al acabar la clase con la señorita Jennette, entró Laila quien medaba Filosofía. Era de tez blanca, ojos azules y pelirroja además de ser muy jóven para impartir aburridas clases sobre Nietzsche. Yo tenía dieciseis años y ella parecía mi hermana pequeña no solo por su corta estatura sino por su cara de niña que aún juega a las barbies. Además tenía pinta de ser una niña de papá. Papá, ¿Acaso era yo así? Hace diez años recuerdo que me dejaba querer. No tenía ni vergüenza ni miedo a nada. Te tenía a tí para protegerme. Cuando cumplí los siete años, me compraste una tarta gigante de barbie y una pulsera de oro. Recuerdo que probé un poquito y me gustó tanto que, la cogí y me fui corriendo al baño para encerrarme y comérmela sola. Después tuve dolor de tripa. Me reí. Hacía tiempo que no reía. Que extraña sensación. Me sentía como si hubiese estado encerrada en una crisálida y hubiera salido dos meses después sin saber que aún tenía sentimientos. Cuando me di cuenta toda la clase me estaba mirando y la profesora puso cara de desaprobación.
- Señoria, ¿se ha olvidado usted de ponerse la mascarilla anoche y yo no? Porque no entiendo por qué me mira con esa cara, ¿estoy guapa? Si quiere, al salir de clase le digo el nombre de mi nueva mascarilla.- La única respuesta que recibí fueron unos ojos de exasperación. Se notaba que estaba enfadada pero que, a la vez, sabía que no había hecho nada lo suficientemente malo para ponerme en el parte o llevarme al despacho de la directora.
- Como iba diciendo Friedrich Nietzsche, fue un filósofo, poeta, músico y filólogo alemán, considerado uno de los pensadores modernos más influyentes del siglo XIX. - Continuó la clase la señorita Laila. 
Pero, ¿dónde estaba yo? Ya me había perdido gracias a la señorita Laila. A sí. Mi séptimo cumpleaños. Lógicamente mi padre se enfadó conmigo y, al año siguiente compro una pequeña tarta del supermercado de enfrente de mi casa. Era muy amable con todos, me quería como nadie más lo hacía en este mundo e, incluso, fue la única persona capaz de hacerme sonreír cuando me caía. 
- Cariño, pobre mesa. Si tuviera sentimientos ahora mismo estaría llorando del dolor. Tienes que andar con mas cuidado. ¿Cómo puede ser que vayas por la vida dando patadas a todo? Anda ya....
- JAjajaja papi.. ¡No es mi culpa!
- A ver esa pierna... voy a ponerte una tirita de "La Cenicienta", ¿Te parece?
-¡Síííííí!
Que bien nos lo pasábamos. Se supone que las niñas prefieren estar con su madre y ponerse coquetas con sus pintalabios. Yo no. Yo prefería jugar al baloncesto con mi padre, nadar y montar en bicicleta. Todo eso antes. Ahora ya no lo tenía. De repente, ese sentimiento me recorrió el cuerpo. Se me aguaron los ojos una vez más. Me mordí el labio para no llorar y, efectivamente, funcionó. Entonces me acordé de Dani. Siempre se mordía el labio cuando intentaba no llorar o no reír. Qué gracioso era. El día de mi séptimo cumpleaños se puso a llorar porque, aunque tan solo tuviera un año, ya era consciente y quería probar mi tarta. Cuando nació pesaba cuatro kilos al igual que yo. Al menos eso me dijo mi madre. Mamá. Te hecho de menos. El día que me vino la regla por primera vez pensaba que me había hecho diarrea encima. Mi madre me dijo : 
- Lena, cariño, no creo que sea diarrea.
- Entonces, ¿qué es?
- Regla.
- ¿Cómo? ¿No se supone que las reglas son los bichos esos con los que mides las cosas y haces rayas rectas para escribir por debajo?
- Bueno, Lena creo que esto te lo debería haber explicado hace tiempo pero no lo hice perdona. - Yo no me enteraba absolutamente de nada. De hecho mi madre me dio una explicación un poco ligera y sin demasiado contenido. - La regla, menstruación o periodo, es aquello que solo es de las mujeres. Los hombres no la tienen. Viene una vez al mes y, aunque lo único que ves ahora es color marrón, dentro de más o menos un mes, vendrá otra vez de color rojo. Es el modo por el cual las mujeres nos libramos de cosas malas que hay en nuestro organismo y nos renovamos. 
-Anda que guay. 
- No era precisamente la respuesta que esperaba oir
- Bueno, me renuevo. Ahora ya no soy Lena, llámame Dunia la de la tierra de las Petunias. Jajaja. Soy una mujer nueva. Adiós a mi vida anterior. Pero, entonces, si viene una vez al mes, ¿seré mucha gente durante un año?
- No, cariño. Seguirás siendo Selena Cabrera. Solo que ahora, tienes la sangre limpia, por así decirlo.
-¡Bieeen! Sabía que yo no era una Muggle. Dime mamá: ¿Ahora vendrá Dumbledore a recogerme y a llevarme a Hogwarts?
- Selena, ¡eso es solo una película! Tráeme tu libro de Ciencias Naturales. Dios mío, que clase de cosas enseñan hoy en día a las niñas de once años. Se supone que ya debería saber lo que es todo esto. - Sí, mi madre tenía un gran defecto, hablaba con ella misma. Aunque, a veces pensaba que tenía un amigo imaginario o veía fantasmas porque, realmente, lo hacía a diario. Igualmente, en el libro no ponía absolutamente nada. - Tú espera al año que viene que seguramente lo entenderás mejor. Por ahora, ponte esto en tus bragas para no mancharlas de sangre, digo de esa cosa marrón que luego será roja. 
Aunque ya de eso hace cinco años, aún me acuerdo como si fuera ayer. Entre tanto me acordé de la promesa que le hice a la señorita Jennette. Se me había olvidado. -¿Por donde vamos, quién es ese tal nit-no-sé-qué.? Bueno, la próxima clase atenderé un poco mejor. - Inglés. Katherin. Diversión. Era la única asignatura en la que solía prestar atención. Ella nos enseñaba lo que nadie nos había dicho, aparte de que nos lo pasábamos muy bien con ella. Era estadounidense. Morena, con los ojos marrones y mulata. Se había pasado las vacaciones recorriendo Estados Unidos en una furgoneta que su padre alquilaba durante tres meses al año. Había estado en Florida, California, Texas, Montana, etc. Como a cualquier adolescente,  me encantaba Estados Unidos. Las clases erran divertidas porque, de un modo curioso, contaba su vida utilizando la gramática y el vocabulario que nos tocaba estudiar en el temario. También nos hacía escribir nuestras propias historias. Cuando las terminábamos se las pasábamos a nuestro compañero de detrás quien la leía en voz alta y las tareas solían ser las actividades propuestas en el libro además de comprensión lectora de la historia que más le gustara a la profesora de las leídas en clase. De este modo aprendí a escuchar, escribir, leer, hablar y entender en inglés. Me parecía curioso que solo tuviera un apellido. Yo estaba acostumbrada a los dos que iban detrás de cada nombre. Pero no. Ella era Katherin Greenwood. De hecho, a veces incluso nos dejaba llamarla Katy pero, si lo hacíamos, tenía que ser con acento inglés británico. sonaba algo así como keeitii.  Sonó el timbre e ipso facto y la señorita Katherin entró por la puerta mientras Isabel se marchaba mirándola con retintín puesto que no entendía porque cuando entraba Katy sonreíamos y deciamos -Bieeeen- y después nos callábamos y, sin embargo, con ella decíamos - Vaya tostón- y nos poníamos a hablar. 
 - "Hi guys, today we are going to learn how to use colloquial words".- Y así de la nada, comenzó a hablar sobre su primer día de clase con mister Morrison a quien le saludaron de un modo muy cotidiano cuando entró en la 
clase porque era tan jóven que se pensaron que era un nuevo compañero. Sabes Dani, me hubiera gustado que, al llegar a casa,  te hubiera contado una historia más de la señorita Katherin de quien estabas enamorado por lo divertida que era. Recuerdo que siempre quisiste tenerla como tutora. Ahora, ya nunca podrá enseñarte inglés ni contarte toda su graciosa vida en Nebraska.

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