jueves, 15 de septiembre de 2011

Cambios

4. The flowers and the grand white piano.

Felicidad. Gracias señorita Jennette por recordarme lo que significa felicidad. Ahora mismo la estaba sintiendo. Clara mi profesora de latín nos dio los exámenes finales y había sacado un 6, ¡Un Seis! Mi nota más alta en latín desde que empezó el curso. Todo gracias a mi tutora. ¿ Por qué con ella se entendía todo mejor? Será porque el diablo sabe mas por viejo que por diablo. O eso decía mi padre. Papá, ¿tú crees que llegará un momento en el que dirán eso de mí? Después de revisar el examen diez mil veces me di cuenta de que realmente me había equivocado en un montón de conceptos, solo que esas preguntas no valían tanto como otras. En cualquier caso, la media de la asignatura me daría un cinco, al igual que la de historia contemporánea. Todavía me faltaban los exámenes de lengua, matemáticas y filosofía. En las otras asignaturas había clavado el siete de puro milagro.
 La señorita Laila entro velozmente en la clase y gritó: - ¡Todo el mundo separado, toca examen de evaluación! 
La clase, en menos de dos segundos, se convirtió en el coro del instituto, gran potencia de voz, muy mala afinación. Decidió cambiarnos de sitio sin alguna razón y dijo mientras gesticulaba:
- Leo, cámbiate por Zooey. Alexa, cámbiate por Raquel. Raúl, donde María. Felicia, por Mercedes. -Y así siguió. A mí me puso donde iba Gloria. Una chica muy rara. Llevaba gafas redondas y pequeñas con mucha graduación. Su pelo castaño oscuro y ondulado vagamente recogido con una goma de color verde. La nariz la tenía más fea que la de Barbra Streisand antes de operarse.Alta y esquelética. Era la chica sin músculos.  Y, aun no teniéndolos, era más flexible que otras muchas. Lo cual no me afectaba por que antes practicaba gimnasia deportiva. Se me podía ver de vez en cuando en la parte baja del gimnasio haciendo saltos mortales con mi profesor Ernesto. 

Laila nos colocó los exámenes encima de la mesa tan rápido que ni le dio tiempo a mirar si había apuntado algo en la mesa y, solo bajar la mirada, me di cuenta de que sí. Estaban apuntadas algunas partes de lo que había estudiado.  - Ayy madree! ¿Y qué hago yo ahora? - Busqué en mi estuche la goma. Mierda. Se me había quedado en casa. Lo intente borrar con el dedo. Nada. Tenía lápiz asi que le podía pedir a alguien la goma con la escusa que es por si acaso me equivoco ponerlo en lápiz antes y borrarlo. 
- ¿Señorita Laia, puedo pedir una goma por favor? - En seguida Felicia se giró y me pasó la suya. Laia me hechó una mirada de pocos amigos y luego sonrió muy falsamente. 
-Niña pija...- Susurré para mis adentros.
Empecé a escribir mi nombre Selena Cabrera Cruz 1ºA Bach. nº8. Usé el lápiz para contestar en algunas. Habían tres que no me sabía y pensé: -Bueno... no le voy a hacer nada a nadie por  mirarme esas chuletas... . 
Eché una ojeada y empecé a copiar las primeras respuestas. Borré lo más rápido que pude las notas a lápiz de la mesa y comencé a pasar el examen a bolígrafo. Me sentía muy mal por haber hecho trampas. -¿Qué clase de persona soy?  No estoy haciendo daño a nadie pero sí  me estoy haciendo daño a mí. Decidí borrar todo lo que había copiado de la mesa y entregué limpiamente el examen. Era miércoles y me quedaban dos exámenes más. Esperaba no equivocarme con las respuestas. Quería aprobar para poder disfrutar de uno de esos abrazos que me daba mi tía antes de lo de mi familia. El viernes empezaban las vacaciones de Semana Santa. Esta vez iba a ser todo muy diferente. Mi futuro dependía de un hilo de esas vacaciones. ¿Volvería a recuperar a mis amigas? Todos mis compañeros se iban de vacaciones a las costas tanto en Sevilla, como en Valencia, Murcia, Barcelona o, incluso, Portugal.  Sin embargo, Zooey no. Sus padres se tenían que ir a una convención en Alemania sobre "nuevas tecnologías" y, mi tía Mónica, ofreció nuestra casa para que se quedara mientras ellos disfrutaban en Berlín. A Zooey no le hizo mucha gracia pero al final lo vio como una oportunidad para revivir nuestra amistad. O, al menos,  eso fue lo que me pasó a mí. Mi casa era  muy bonita. Se trataba de un pisito en el centro de Segovia. Su estructura era antigua pero por dentro era otro mundo. Mi tía lo había decorado hacía un par de años como una casa moderna. En la entrada se encontraba una cómoda donde poníamos los recibos, facturas, revistas y nuestra documentación. Encima, siempre había un jarrón con flores que se cambiaban cada semana. A mi tía le encantaba la fauna y también la flora. Sus plantas favoritas, al igual que las mías, eran las rosas, así que solían haber más a menudo. A mano izquierda se encontraba el salón. Era amplio y pintado con un color muy similar al de las "Galletas María"  tenía un único sillón de color marrón claro y tan largo que cabíamos hasta cinco personas sentadas. Un gran televisor pantalla plana agarrado de la pared con un sistema que permitía girarlo y que se viera desde la cocina o el pasillo. Una mesa  blanca y redonda con unas esferas de madera reposadas sobre una bandeja de cerámica en medio. El mueble, hacía juego con el sillón y estaba perfectamente colocado entre la puerta del patio y un cuadro de mi tía y yo. La foto fue tomada hacia el año 1999, cuando aún no le llegaba ni  al ombligo. En el techo había una bola de disco con un hueco en medio donde iba la bombilla que iluminaba la sala. Engañoso. La primera vez que la vi pensaba que era precisamente eso pero, cuando mi tía la encendió se veía simplemente como si fuera una lámpara normal. Entrando por el pasillo, habían seis puertas. La primera era la de nuestro vestidor, lleno de armarios blancos y paredes pintadas de color rojo claro. La segunda era del cuarto de mi tía, naranja y con una cama de matrimonio. Mi tía solía decir que la tenía "por si acaso". Aunque ya me parecía que poco la iba a usar. Después se encontraba el baño de mi tía decorado con un estilo  muy retro, seguido del mío. Al fondo, estaba mi cuarto. Pintado de un color violeta claro y con huellas de manos por las paredes de color verde lechuga. Había una cama de persona y media con una colcha generalmente de color verde que acompañaba a la pared.  Una mesa que rodeaba la cama de color blanco y una silla de este mismo color. Una pequeña librería donde ponía los libros de lectura tanto míos como los de mi tía. Un armario de color blanco donde solo se guardaban las sábanas, los edredones, las mantas y la ropa de las estaciones pasadas. En el fondo de la casa a mano derecha teníamos la última habitación.  Tenía una amplia mesa de estudio con lápices, bolígrafos, rotuladores, gomas, etc. Una pequeña estantería para los libros del colegio, una guitarra eléctrica, un bajo eléctrico, un violín, un micrófono con unos cascos "heartbeats" colgados de él y, por último, un piano de cola blanca. Más bien, mí piano. Era precioso. Mi tía me lo había comprado cuando murieron mis padres con la esperanza de que me hiciera feliz. La verdad es que nunca se lo llegué a agradecer. Simplemente le sonreí vagamente y me senté a tocar la misa de Requiem de Mozart. Mi tía Mónica me enseño a tocar el piano cuando tenía apenas tres años. Nos encantaba la música. Ella sabía tocar un poco de piano, la guitarra y el violín mientras que yo tocaba el piano, estaba aprendiendo bajo y cantaba. De vez en cuando hacíamos un dueto. Yo le acompañaba al piano mientras tocaba su precioso violín marrón oscuro. También habíamos compuesto un par de canciones de guitarra con bajo. Estaba convencida de que me tenía que comprar una batería. La habitación era blanca y en ella habían pintadas notas musicales claves de sol, fa y do, algunos compases de canciones y estrofas de otras. Era simplemente magnífica. Solíamos estar ahí porque era casi lo único que hacíamos juntas. Más bien, lo único que hacía yo.  Siempre me acordaré de aquellas flores en la entrada y de aquel piano de cola blanca. 

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